Si el vértice es el punto donde concurren varios planos, una cara de este Vértice/festival es contundentemente sonora. En su tercer año, la fiesta universitaria de la experimentación y la vanguardia reúne en distintos programas a un variado elenco de estupendos artífices del sonido. Encontramos decanos de la modernidad (Aperghis, Lucier, Xenakis), creadores de edades varias pero sólida trayectoria, quizá no tan conocidos en nuestro país (Adès, López López, Thorvaldsdóttir) y voces más nuevas, muchas locales y que participan con estrenos (Hernández, Santillán, Vega).
El reparto de intérpretes no se queda atrás. El genial Steven Schick, otrora percusionista y ahora director, se pone al frente del Ensamble Vértice, grupo residente de virtuosos que inaugura la fiesta. El cuarteto de saxofones SIGMA Project nos trae un concierto de estrenos que incluye una pieza nueva del mexicano Baca Lobera. Y la fenomenal soprano alemana Sarah Maria Sun regresa a Vértice con un recital equilibrado entre referentes contemporáneos y obras nuevas de las mexicanas Hernández y Vega. Taller Sonoro de España, por su parte, encadena una larguísima lista de estrenos desde su fundación en 2000 y brinda un itinerario en tres partes de su extenso repertorio.
Al explorar el vértice entre música y escena nos encontramos con la figura trágica de Carlota, refugiada en un castillo tras otro luego de la muerte de Maximiliano: la alemana Sun es asimismo la responsable de encarnarla en el “monodrama de una emperatriz olvidada” del mexicano Arturo Fuentes, basada en Noticias del imperio del recién fallecido Fernando del Paso.
El caso de Ligeti y su “anti-anti-ópera” requiere mención especial. El Gran Macabro, que se estrena en México, es una infiltración crítica y desenfadada del ámbito operístico a la vez que una respuesta a las anti-óperas de los años setenta, cuando el consenso entre la vanguardia era desarraigar y pulverizar la tradición (el caso de Kagel, por ejemplo) o, mejor aún, quemar las casas de ópera (la consigna de Boulez). El recorrido delirante por una Brueguelandia inspirada en los lienzos pesadillescos de El Bosco y Brueghel el Viejo es uno de los planteamientos de teatro musical más deslumbrantes de las últimas décadas y debe ser, según Ligeti, “un retozo demoniaco, una gran extravaganza”.
Los planos convocados en este Vértice se intersectan también en libros que transitan entre lo material y lo digital (Entre Hoja y Pantalla de Amaranth Borsuk), diálogos interdisciplinarios desde la danza (Mária Júdová de Eslovaquia, Vilcanota de Francia y la Compañía Juvenil de Danza Contemporánea), aproximaciones teatrales a la enfermedad y al cuestionamiento de lo humano (Fernanda del Monte y la Liga Teatro Elástico) y apropiaciones lúdicas del espacio público concebidas como punto detonante de futuras intervenciones (Espacio Presencia de Luciano Matus), sin olvidar las apuestas filmográficas (ciclos de cine experimental mexicano y de Sophie Chamoux). Y sin olvidar el plano formativo: los distintos participantes ofrecen talleres, conferencias y clases magistrales, con las Cátedras Ingmar Bergman (de cine y teatro) y Max Aub (de arte y tecnología) como plataformas notables. La primera cuenta con el director alemán Thomas Ostermeier de la Schaubühne de Berlín como huésped muy distinguido.
Quizá la mejor forma de visualizar el espíritu de Vértice sea abandonar puntos, líneas y planos y pensar en un cono: a tal grado se compenetran las distintas superficies/disciplinas entre sí que terminan por plegarse, a partir de una base amplia y redonda, en un espacio curvo culminado por una cúspide/vértice donde se tocan y nutren entre sí las preguntas y respuestas formuladas por este extraordinario grupo de participantes.
José Wolffer