TEXTUALIDAD EN CONTINGENCIA:

AZAR, COMBINATORIA, CIFRA Y JUEGO


Ejercicio con GPT2, Borges y Google Translate

David Paredes

En el seminario tuve contacto con personas de otras áreas del conocimiento y disciplinas que ofrecieron una perspectiva fantástica de la literatura y el arte. Pensar la literatura fuera de la propia literariedad abre el campo literario hacia otros derroteros que han sido explorados, como, por ejemplo, la literatura y las matemáticas, la física, la filosofía de medios.
Debido a mi formación en Letras, decidí emprender un proyecto, inacabado, en el que pretendí poner en duda la noción de autoría de los textos, de originalidad y de copyright que dentro de la teoría literaria se han socavado, pero que la industria editorial aún se afianza.
Tomé el cuento de El Aleph de Borges traducido al inglés y algunos fragmentos los copié a un generador de textos que usa GPT2, para que después le permitiera a la inteligencia artificial "predecir" el fragmento siguiente. Luego tomé el texto resultante, y usé el traductor de google para finalmente afinar algunas frases y oraciones.
Ejercicio con GPT2, Borges y Google Translate
En la ardiente mañana de febrero, Beatriz y yo habíamos estado tratando de encontrar un lugar, después de afrontar una agonía que ni por un solo momento dio paso a la autocompasión o al miedo, sino que solo aumentó. Noté que podía sentir una presencia a mi alrededor. las vallas publicitarias de la acera alrededor de Plaza Constitución anunciaban una nueva marca de hot dog que tenía un perrito amarillo. El hecho me dolió, porque me di cuenta de que en esos momentos el universo amplio e incesante ya estaba haciendo todo lo posible para alejarse de ella y de mí y empujarnos en direcciones opuestas. El universo puede cambiar, pero yo no, pensé, un poco aturdido. Sabía que a veces mis pensamientos podrían haberla molestado. Ahora ella está muerta. Podría dedicarme a ella y a su mundo. Recordé que el treinta de abril era su cumpleaños y por eso había muerto. Ese día la fui a visitar a su casa en la calle Garay y presenté mis respetos a su padre; su padre, un gran hombre conocido por ser amable pero duro. Una vez más me encontraba en ese salón desordenado, una vez más veía la imagen de muchas fotografías: Beatriz en uniforme escolar. Beatriz con una máscara de color rosa brillante durante el verano. No se me permitió tomar ninguna fotografía con Beatriz y para justificar mi presencia llevé conmigo modestas ofrendas de libros, libros cuyas páginas nunca me molesté en mirar.
Original en español
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación. Consideré que el treinta de abril era su cumpleaños; visitar ese día la casa de la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortés, irreprochable, tal vez ineludible. De nuevo aguardaría en el crepúsculo de la abarrotada salita, de nuevo estudiaría las circunstancias de sus muchos retratos. Beatriz Viterbo, de perfil, en colores; Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; la primera comunión de Beatriz; Beatriz, el día de su boda con Roberto Alessandri; Beatriz, poco después del divorcio, en un almuerzo del Club Hípico; Beatriz, en Quilmes, con Delia San Marco Porcel y Carlos Argentino; Beatriz, con el pekinés que le regaló Villegas Haedo; Beatriz, de frente y de tres cuartos, sonriendo, la mano en el mentón… No estaría obligado, como otras veces, a justificar mi presencia con módicas ofrendas de libros: libros cuyas páginas, finalmente, aprendí a cortar, para no comprobar, meses después, que estaban intactos.